Este blog ya no le dará más protagonismo a nadie, ni mis historias, sencillamente porque la protagonista de mi vida; soy yo, con Dios de Mánager, obvio.
Comenzaré por el final.
En tan poco, pero sustancioso tiempo aprendí, que el amor propio es lo que debe ser prioridad en cada persona, sobre todo en mí. Me he caído, millones de veces. Me he levantado, gracias a Dios. Y no tan orgullosa puedo escribir, que después de haber tropezado y ser de tropiezo; los finales siempre traen nuevos comienzos.
Muchas veces nos pasamos la vida, colocando puntos suspensivos o seguidos, a situaciones que merecen un punto triste, doloroso, injusto, pero necesariamente final a lo que no nos deja avanzar.
La Biblia dice que todo nos ayuda para bien, lo que pasa es que nos cuesta entender razones cuando tenemos una herida abierta. Prolongamos el dolor. Como cuando uno se corta y el solo hecho de pensar que toca curar, nos arde profundamente.
En mi entrada anterior escribí que iba a ser prudente y lo estoy siendo. Soy de las que piensa que a veces es necesario colocarse en los zapatos ajenos para no hacerle daño a alguien que no lo merece, peeerooo, no es suficiente hasta, como dicen por ahí "se nos voltea la arepa".
Cuando somos nosotros los que sufrimos después de que otro pasó por lo mismo, concluimos que es mejor pensar con la cabeza y no con el corazón. Que la felicidad de uno, no siempre tiene que ser lo contrario para otro. La verdadera felicidad llega cuando somos capaces de sobrevivir algo que, aunque cuesta reconocer, nos estaba perjudicando. Y yo, estoy en ese proceso.
No hay comienzo, o no por ahora.